jueves, 3 de mayo de 2012

Despedida en ATENAS

El paseo por Atenas fue en cuotas. Primer día, recién bajados del avión que nos traía de París, y con apenas unas horitas de sueño en un asiento del aerodromio (aeropuerto), nos tomamos un tren, que después se hace subte, hacia la mismísima Acrópolis. El subte es nuevito, y la voz que anuncia las estaciones, tiene la amabilidad de hacerlo en griego y en inglés.  Al salir del transporte subterráneo, todavía con la ropa que nos cubría del frío parisino, nos dimos cuenta que estábamos con la vestimenta equivocada. Esa remera negra de manga larga que yo tenía puesta, sin dudas no tenía nada que hacer en ese clima. El polar y la campera fueron a parar a la mochila, y me resistí a desmontar los pantalones diseñados para tal fin. Dimos un par de vueltas buscando la entrada, pero la solución era muy fácil, seguir a la manada de turistas. La Acrópolis, lugar dónde se encuentra el Partenón, está allí arriba. Por supuesto que hay que subir, y entre las piedras , el sol de la mañana, y el amontonamiento de turistas, cómo maldije mi remera negra y mi vestimenta inadecuada. El Partenón está buenísimo. Me molestan un poco esas grúas que le pusieron para restaurarlo, pero bueno. También visitamos el Ágora, y un par de templos que tienen miles y miles de años. Qué increíbles estos tipos, cómo hacían para montar esas columnas, tallar esos dioses en mármol, esas vasijas del 700 antes de Cristo, cómo hacían para soportar este calor. Claro, con razón usaban esas sandalias, y esas túnicas blancas cruzaditas, ahora entiendo todo.
De lejos se ve el teatro de Dionisio, y el Templo de Zeus. Y caminamos unas cuadritas por Plaka, que es muy pintoresco, y es donde nos hospedaremos cuando volvamos. Se hace casi el mediodía y hay que volver al aeropuerto para tomar el otro avión (que será una avioneta) que nos deja en Mikonos. (esta es la parte donde hay que leer el post de Mykonos).
De Mykonos a Atenas volvimos en ferry, un barco enorme, que carga cientos de personas, colectivos, autos, camiones con acoplado, y un grupo de adolescentes que se merecían ser arrojados por la borda. Mientras el ferry se mece, cabeceamos sin poder dormirnos, ya que la clase económica va sentada en sillitas alrededor de mesitas. No nos queda otra que comer hamburguesas. A Damián los viajes le dan ansiedad, así que, todo lo que no come el resto de los días, se lo va comiendo mientras espera en el aeropuerto, o viaja en ferry, como hoy que se morfó dos hamburguesas con panceta y queso. Y unas galletitas. Y un café. Yo he sido beneficiada con ponerme al día con todo lo atrasado en el blog, mientras veo a Dami cabecear y dormirse un ratito, al compás de la digestión de semejante ingesta grasa.
Hablan por parlante y la gente se inquieta. Como todavía no hablo griego, tenemos que esperar la versión en inglés para inquietarnos nosotros también. Necesitan un médico, y en la mismísima tierra de Hipócrates, hacedor de mi juramento, no me puedo hacer la distraída, entonces allí voy. Me presento y ofrezco mi ayuda. “I´m a doctor, is there anything  you need?”. Por suerte parce que había un médico que hablaba griego y entendió antes que yo, así que agradecieron mi  ayuda, pero no. Qué tranquilidad, me voy a terminar el blog. Más tranquilidad cuando, una hora más tarde, anuncian por parlante solamente en griego, que el ferry desviaría su trayectoria debido a que un paciente tendría que ser hospitalizado en el puerto más cercano. Qué felicidad no hacerme cargo de ese caño! Qué felicidad no tener que tomar la decisión de desviar el trayecto de semejante cosa con esa cantidad de pasajeros a bordo. Qué felicidad no ser médico por un rato.
Llegamos al puerto de Piraeus, y compartimos el viaje en subte hacia Plaka con una neozelandesa que no quería perderse. Ahí me entero que Nueva Zelandia no es Australia. Cuántas cosas aprendí en este viaje. También aprendí que su acento es una mierda porque le entendí la mitad de las cosas.
El hostel es hermoso, y está ubicado en el mejor barrio de Atenas. Rodeado de tabernas, y negocios que venden souvenirs hasta las 11 de la noche. El clima es ideal para caminar y disfrutar la vista, y para comer una mousaka típica porque estamos muertos de hambre. Al día siguiente es domingo, y aprovechamos para conocer el mercadito. Está poblado de gente que vende antigüedades, hay de todo!! Casi nada de nuestro gusto porque más que antigüedades hay cosas viejas. Nos llama la atención la cantidad de puestos y negocios que venden ropa y artículos militares. También pasamos por el Parlamento, y conocimos a sus guardias de honor, que no sabría cómo se llaman, pero tienen unos uniformes muy curiosos, y una marcha que se asemeja a la de un pelícano. Pasen y vean:  http://www.youtube.com/watch?v=eE9xRP4IyHk (video choreado de youtube porque a mí no me gusta filmar con la cámara de fotos). Además visitamos el primer estadio donde se jugaron los juegos olímpicos, obviamente restaurado. En ese mismo momento desembarcó de su micro una manada de japoneses con sus super cámaras fotográficas y huímos.
Al día siguiente, previo desayuno hipercalórico en Starbucks coffee (que abunda en el país que se te ocurra), emprendimos el  largo retorno a casa. La hora de la verdad, el pesaje final del equipaje, mientras el vuelo se demora una hora. 300 gramos nos separan de tener que despachar la valija de mano también: 9.700 kg de compras en el extranjero, (y un poquito más distribuidos en las mochilas). Con razón odio esa valijita con ruedas. Alguien dice que por suerte volvemos, que no tendremos que arrastrar más el equipaje. Le contesto que arrastrar el mismo peso en bolsas de hacer las compras no me satisface ni un poco. Pobre, quería consolarse pero no la ayudé. La pasada por la oficina de aduana para recuperar el dinero de los impuestos (tax free, que le llaman) no fue ni un poco placentera. Si laburás en el aeropuerto de Grecia, ponete media pila y aprendete tres o cuatro palabras en inglés, pensaba cuando trataba de explicarle nuestras intenciones de hacer el trámite a la empleada de aduana. Nos sella los tickets y nos manda a la …. “yellow box”. Que era prácticamente como mandarnos a la mierda, porque no había ninguna caja amarilla en ese lugar. Amarillo era el stand de informaciones, y ahí no era. Amarillo era el correo, donde me putearon en griego porque no supe cómo pegar las estampillas. Claramente me putearon eh, no lo inventé yo.
Un tren, dos aviones y casi 20 hs de agonía nos separaban de Buenos Aires, quien un primero de mayo, nos recibe con una cola en migraciones, desordenada, desbandada, demorada, bien argentina. En un plasma, mientras tanto, y a modo de tortura, se proyectan propagandas oficialistas sobre la ley de inmigración. Minutos más tarde, pasábamos por la aduana con cara de póker, y una cámara de fotos que a la ida no existía. Y de repente, el regreso vale la pena cuando, al abrir la puerta de la camioneta, se asoma Olivia con su  cabellera de rulos descontrolados y una sonrisa que le desborda los cachetes. Volvimos, estoy feliz.


1 comentario:

Paquetes a Europa dijo...

Que buena crónica de tu viaje a Europa,me encanto tu relato de tu viaje a Atenas.

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