Esto
de comprar vuelos low cost (o de bajo costo) puede ser un arma de doble filo.
En nuestro caso, compramos un vuelo París-Atenas-Mikonos. Con la mala suerte
que llegaba a Atenas a las 2 de la mañana, y ese segundo avión que nos
tomaríamos a las 7 lo reprogramaron para las 5 de la tarde, sin posibilidades
de cambiarlo o de devolvernos el dinero. Malas noticias, no solamente
dormiríamos en el aeropuerto, sino que tendríamos que correr todo el cronograma
un día, desaprovechando un día entero en Atenas.
Llegamos
puntualmente al semidesértico aeropuerto de Atenas y buscamos un rincón para
dormir en unos asientos. Estábamos tan cansados de la noche anterior (esa
maldita gotera parisina) y sin dormir en este vuelo, que seguramente caeríamos
rendidos por unas horas. Si no fuera por ese alto parlante con anuncios
constantes incomprensibles, que se repiten y repiten en forma intermitente, no
sé para quién, porque casi nadie circulaba. Y la música tan fuerte, de nuevo,
para quién. Así que dormir fue casi imposible. En los asientos de al lado,
había una vieja durmiendo desde antes que nosotros, que jamás cambió de
posición ni levantó la cabeza ni siquiera para ver qué hora sería. Y nos
fuimos, y seguía durmiendo. Hoy me pregunto si estaría viva. Se ve que ese día
estaba tan cansada que ni me importó
dormir al lado de un cadáver.
Acostumbrados
a no desperdiciar las horas, dejamos la valija de mano en consigna (nuestro
equipaje iba directo a Mykonos, qué miedo), averiguamos cómo tomar el subte
hacia la Acrópolis, y previo café con leche, partimos hacia la antigua Grecia.
Por suerte todos hablan inglés. Por suerte nosotros hablamos inglés, porque el
griego es imposible. Ni siquiera se puede leer un cartel! El subte también es
bilingüe, y anuncia las estaciones. De repente nos damos cuenta que el alto
parlante, durante toda la noche taladrando nuestro inconsciente, nos impregnó
una palabra: Parakalov, que significa por favor. Pregunté cómo se dice
“gracias”, pero no me sale.
Elija su
propia aventura: si desea conocer nuestra experiencia en Atenas, diríjase al
próximo post. Si desea conocer los placeres de Mykonos, lea a continuación.
Continúo
comentando que volvimos hacia el subte para seguir germinando en el aeropuerto
de Atenas, que de todos los aeropuertos que conocimos, es el único que ofrece
wifi gratis. Aleluya.
Por fin
abordamos nuestra avioneta, porque no entraba en la categoría de avión. Faltaba
Guilligan. Era un avioncito a hélice, que nos trasladó hasta el aeropuerto de
Mykonos en 25 minutos. Esperar 12 hs para esto por favor!! Me decían e iba
nadando! Allí nos recoge un transfer con un cartelito “Paradise Beach Camping”.
Primera vez que me van a buscar con un cartelito, qué emoción. Este es un
camping con cabañitas, búngalos, de todo. Recién está empezando la temporada,
así que no se hospeda casi nadie, hasta el último día, que empieza a llegar más
gente. Parece que esto en verano explota. Fiesta fiesta me dijeron. Yo de
fiesta no sé nada, lo único que necesitaba era un baño, comida, y dormir. Al
otro día estábamos renovados. Por fin sol, cielo despejado, y calor. Por fin
pudieron amputarme la campera y las zapatillas, que todavía están mojadas de
tanta lluvia. Por fin el oscio y el relax se avecinan. Y el desayuno en la
playa mirando el mar. Vacaciones!!
Myconos es
el paraíso gay por excelencia. Y que los hay, los hay. Y aunque es temporada
baja, también está el típico grupito de pendejos yanquis, que a los gritos,
destapan cervezas y se zambullen el el mar congelado, también a los gritos. Las
chicas hacen topless, pero no cualquier chica, sólo las que están buenas. Hay
brasileros, hay gallegos, y montones de argentinos. Pero a ninguno lo vi
tomando mate, porque justo en Mykonos, nos tomamos el último culito de yerba, y
también nos enteramos en Bs.As. tampoco hay. Qué paradoja. Igual le entramos al
café, parece que acá es muy típico el café expresso frío porque todos lo toman,
como nosotros al tereré.
Un rato de
playa y Damián ya se aburre. Tarde me di cuenta que podría haberle enchufado un
benadryl en el desayuno. Pero preferimos tomar el último colectivo de la tarde
que va hasta el pueblo. Hermoso! Todas las casitas conservan el estilo, blancas
y con marcos y barandas celestes. Callecitas irregulares, negocios, bares que
se ponen hermosos al atardecer, y lugares para degustar todo tipo de comidas y
frutos de mar (puaj). Hay un lugar típico que llaman “la pequeña Venecia”. Si
ve las fotos, no hace falta explicar por qué. Frente a este lugar se ven los
mejores atardeceres del mundo. No sé cómo serán en todo el mundo, pero éste fue
deslumbrante. Caído el sol, buscamos un lugar de comidas típicas y precios
relativamente accesibles para cena. Recomiendo la Musaka, que es como un pastel
de papa, pero nada que ver, porque tiene berenjenas, carne de cordero, y
bechamel. También probamos gyros, que son como fajitas pero la masa es
distinta. A todo le ponen ese tzatziki, que es
como un yogur, o queso blanco,no sé, pero no nos fascinó. Y también le dimos a
un postre, que es como un budín de pan, con canela…mmmm! El salchipapas que
cenamos otro día no parecía muy típico del lugar, pero estaba buenísimo. Una
curiosidad: hay gatos por todos lados.
Sigue
llegando gente para empezar la temporada de verano. Ya nos sacamos la humedad,
tomamos solcito y reposamos dos días. Es hora de tomar nuestro ferry que nos
llevará a pasar nuestras últimas horas en Atenas. De noche ya sueño con el
trabajo, la familia y los amigos, señal de que me estoy conectando con lo que
viene.
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