Muy tempranito,
después de casi 2 hs de viaje en un tren a 200 km. por hora siamo arrivati a
Firenze (Florencia). Por suerte es una ciudad muy pequeña, como para recorrerla
en un solo día, sin entrar a los museos, porque eso nos llevaría mucho más
tiempo. El bagaje cultural de Florencia es impresionante: Tenían a Dante
Alighieri (el que escribió La Divina Comedia), está El David (esa escultura de
5 metros que retrata al detalle la anatomía de un flaco musculoso) y miles de
cosas más, que si me dan un ratito abro un libro y se las comento…
Suerte que el hotel
está cerca de la estación, porque esa valijita con rueditas está llena de
libros que ya los quiero prender fuego. Nos recibe amablemente Nadia, la
recepcionista, bien tana, quien nos da
la bienvenida: “oh argentinos! Muchos argentinos vinieron!, per ché??”…No sep. No
da hablar de política a las 8 de la mañana, en italiano. Nos da un mapa, nos
indica un perfecto recorrido de la ciudad, y nos recomienda como todo el mundo,
ver el atardecer en un punto panorámico de la ciudad donde todo se ve perfecto.
Una vez más, revoleamos el equipaje y salimos.
Caminamos dos cuadras
más y estamos en el Duomo, una catedral majestuosa, imponente, del 1500 más o
menos. Al lado el Campanilli y el Baptisterio, con similar arquitectura.
Hicimos la cola para entrar, detrás de uno de los miles de contingentes de
orientales que abundan. Por Dios, son millones! Y todos van de vacaciones a los
lugares donde estamos nosotros. Nadia nos había advertido que por dentro, el
Duomo, no valía la pena, que le pusieron todo afuera, y era verdad, adentro es
bastante pedorro. Seguimos caminando y por supuesto, tuvimos que pasar por uno
de los tantos mercados, y para nuestra sorpresa, parece que Florencia se
caracteriza por la fabricación de artículos de cuero. Vieran ustedes señoras
las carteras que venden por todos lados!! Esos colores, esos diseños! Yo, que
no soy compradora compulsiva, casi no puedo resistirme a la tentación, pero de
repente recuerdo lo que pesa mi mochila, y que ya no queda espacio, vuelvo a mi eje y vamos a comprar fruta para el almuerzo.
Fruta, por fin algo de fibra que contacta mi intestino! Después de tantos días
de comer hidratos, la fruta es un cuerpo extraño en mi organismo. En el mercado
también venden un montón de especias y aceites saborizados. Además pastas de
todo tipo y color. Me quiero comprar todo, hoy no sé qué me pasa. Pero Dami
sigue apurado, así que agilizo el paso para que Florencia quepa todo en un día.
Esta ciudad es
hermosísima! Pero todavía no entiendo por qué la gente y los autos van por el
mismo lado. Hay calles donde no hay veredas, no sé por dónde caminar, y al
resto de los turistas parece no importarles eso, total caminan mirando para
arriba disfrutando de la arquitectura y los colores. Los automovilistas ni te
pisan ni te putean. Al igual que en el resto de los lugares, manejan sus Smart,
que parecen kartings pero son carísimos. Son tan chiquitos y cuadrados, que si
no los pueden estacionar, los meten de trompa. Qué feliz sería con uno de esos
para hacer los domicilios de Osde!!
Este lugar está lleno de
Iglesias, siguiendo con la línea de hacer más iglesias que personas. Pero
además, está repleto de galerías, de esculturas y de plazas. Aclaración para el
lector rioplatense: Plaza es un espacio, como serían nuestras plazas, pero sin
pasto ni árboles. Si tiene pasto y árboles, es un parque. Estas plazas son de
cemento (o similar), tienen fuentes, o
banquitos para sentarse, y esculturas. Y también tienen de esas personas que
hacen de cuenta que son esculturas, pero no te confundís, porque las esculturas
de verdad no te piden plata.
Mientras caminamos,
Damián, que sabe mucho de historia, me habla y me cuenta sobre los romanos, los
Medicee, Galileo, Miguel Ángel, y todos esos tipos a los que debería haberles
prestado atención cuando estudiaba. Ah eso! Hay un montonazo de tours con niños y adolescentes
de otros países de Europa, que pareciera que vienen a estudiar. Los odio
profundamente porque están en todas partes y son insoportables, y los envidio
sanamente, aunque creo que de alguna manera ni se imaginan lo privilegiados que
son por poder estudiar historia, y ver los lugares sobre los cuales están
estudiando. Como decía, mientras Dami me refresca la memoria, yo voy mirando de
reojo esas heladerías tremendas que hay en Italia, el mejor lugar del mundo
para comer helado. Y por supuesto, las trattorías, donde esta noche comeremos
alguna pasta.
También tuvimos que
pasar por la casa de Dante Alighieri, de camino al famosísimo Ponte Vecchio,
donde todos se agolpan para sacarse fotos. Parece una pavada, pero acá, sacarse
una foto sin gente alrededor, es todo un arte. Hay que esperar el momento
exacto de distracción, de que no se meta algún japonés adelante, de que no pase
un bondi por delante del palacio o lo que sea que se estuviera fotografiando.
Sacar una buena foto es toda una hazaña, no vayan a creerse que es andar
disparando la cámara por ahí. Confieso que en la mochila, hasta llevo un
trípode plegable que es parte del kit del viajante.
Decía que el Ponte
Vecchio es pintoresco. Pero no solamente por fuera, sino que cuando uno lo
cruza, ve que allí están todas las joyerías, y en consecuencia, los policías.
Hay dos tipos de policías acá, los carabinieri, que tienen un uniforme muy
lindo (y a un par le eché el ojo), que tienen poder de policía pero me parece
que son….como los gendarmes ahora, que también andan por la calle, se entiende?
Y bueno, también están los policías comunes, que tienen un uniforme con un
casquito horrible, y hay muchas mujeres.
Después de cruzar el
Ponte Vecchio y sacarnos unas fotos de enamorados tortolitos que verán
publicadas (y que Dami las odia) empezamos a subir al punto panorámico para ver
el atardecer. Sería todo perfecto si no
fuera por dos detalles. Uno: como siempre, llegamos temprano a todos lados. Mi
planteo era que si queríamos ver el atardecer, por qué estábamos subiendo a las
4 de la tarde. Sin respuesta adecuada para publicar en este blog. Dos: estaba
muy pero muy nublado, por ende, no sólo que no veríamos el atardecer, sino que
nos estábamos muriendo de frío. Contemplamos la vista, que es emocionante e
indescriptible, y como siempre en estos casos, empiezo a hacerme preguntas innecesarias: por qué no
me dedico a otra cosa? Por qué no dejo la medicina y me conecto con el turismo,
la naturaleza, el gozo y el disfrute? Por qué no habremos conseguido más agua
caliente para el mate que esta se terminó rápido? Listo, volvemos a la realidad
(que en mi caso es bastante paradisíaca por estos días) y ya que no veremos el
atardecer, seguimos paseando otro rato antes de cenar.
Bajamos del punto
panorámico y yo ya estoy rengueando por culpa de esta ampolla que tengo hace
varios días. Otro mercado con puestitos! Con lo que los odia Damián! A mí me
encantan, pero todos tienen los mismos souvenirs: imanes para la heladera,
figuras made in china, remeras con la bandera del país, o del equipo de fútbol
local (en este caso, la fiorentina, que es lindo porque es violeta, y tiene una
flor de lis, mi favorita!).El desafío es conseguir el más barato, aunque uno no
lo quiera comprar. Y en ese mercado, hay una estatua de bronce de un chancho,
al que hay que tocarle la trompa para tener buena suerte. Imagínense la
cantidad de gente que hay para tocarlo, por eso yo seguiré acarreando mi mufa,
a menos que la suerte de Dami que lo tocó se me contagie. En otra calle,
también hay negocios de ropa muy cara, de marcas muy reconocidas, como en toda
Italia.
Bueno, hora de cenar. Basta
con esta farsa de comer fruta. Nos sentamos en un restaurante de esos que
tienen un menú barato y por fin comemos comida! Una copita de vino para
descansar mejor. Mañana el despertador suena a las 6 porque el tren a ROMA nos
espera!
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